Columna de Marcelo Mercado:
Mientras un juez reclamaba medidas de seguridad y barreras acústicas, otros estábamos ante la oportunidad de ver algo realmente distinto en Buenos Aires.
Mientras los ambientalistas arremetían con sus protestas sobre impactos irreversibles, otros llegaban bien temprano para no perderse detalle alguno y ganar un lugar de privilegio.
Mientras los automovilistas, que habitualmente transitaban la zona de la Av. 9 de Julio y la Av. Corrientes, se quejaban por las restricciones en el tránsito, los pilotos estudiaban el lugar más apropiado para intentar un sobrepaso.
Mientras algunos renegados seguían protestando y haciendo política la mayoría se sorprendía por la magnitud de tremendo evento.
Las calles céntricas de la Ciudad de Bs. As. se vistieron de luz, color y grito al paso de los autos de competición y los edificios históricos, de Diagonal Norte y la Avenida de Mayo, se convirtieron en una auténtica caja de resonancia al paso de los estruendosos V8 del STC2000.
Aquel 1 de abril de 2012 quedará en la historia del automovilismo argentino, quizás como uno o él espectáculo automovilístico más importante que jamás se haya podido realizar por estos tiempos.
Hacer una carrera de autos por las calles de una ciudad capital, y en el lugar emblemático de la misma, fue realmente increíble y hasta hoy nos cuesta entender cómo se logró.
Según los cálculos más optimistas, se cree que alrededor de un millón de personas acompañaron a la categoría en esta experiencia, durante los dos días de actividad, de las cuales más de 20.000 se acomodaron en las tribunas construidas a los costados de las calles, y el resto se agolpaba por donde podía.
Había gente trepada a los árboles, a los edificios, alquilaban oficinas para observar desde sus ventanas la carrera, un espectáculo que además tuvo record de audiencia televisiva para una competencia de automóviles.
Hasta el luego consagrado Papa Francisco, Jorge Bergoglio, bendijo a los autos en las puertas de la Catedral Metropolitana.
La “pole” fue para el velocista Christian Ledesma con el Chevrolet Cruze, la carrera que tuvo varios cambios en la punta finalmente quedó para Mariano Werner con Toyota. Lo deportivo quedó como una simple anécdota ya que la dimensión del evento lo dejó para un segundo plano.
Fue la carrera del Siglo y quedó demostrado que con orden, sacrificio, empuje y colaboración se puede hacer un espectáculo inolvidable como el que hemos tenido la suerte de disfrutar todos los argentinos en aquel 1° de abril del 2012.
Para quién suscribe estas líneas, fue más especial todavía, ya que poder relatar esa competencia a metros donde mi madre trabajaba en su juventud y pegado a la plazoleta donde me llevada de pequeño a darle de comer a las palomas, y en cercanías donde trabajaba en mis comienzos de empleado bancario, fue algo emocionante, impensado e inolvidable.