Columna de Marcelo Mercado:
Por suerte con el zapping, uno pudo ver casi todas las competencias, aunque en algún momento hubo que elegir, ya que coincidían los horarios, sobre todo en las largadas. Arrancamos el domingo con la Fórmula 1 en el Gran Premio de Mónaco, una competencia que sin dudas marca la diferencia. Sus calles, su gente, su colorido y sus paisajes hacen del espectáculo un regalo para la vista.
Sin llegar a ser una gran carrera, es más, por momentos fue monótona, Mónaco propone cosas diferentes. Un callejero con historia, paredones cerca, la piña que se viene en cualquier momento y el glamour que se despliega una vez finalizada la competencia.
Nos tentamos de ver el podio, el ganador junto al protocolo del Príncipe Alberto, y lo que
puede pasar cuando los pilotos se exceden en el festejo, máxime si se gana por primera vez, como pasó con el australiano Daniel Ricciardo, para mi gusto uno de los mejores pilotos de la grilla de la F1 sin nada que envidiarle a los tetra campeones Vettel y Hamilton, a quienes paseó durante todo el fin de semana.
De ahí me mudé al Templo de la velocidad en Indianápolis y la edición 102 de las 500 millas.
Templo en el cual tuve la posibilidad de pisar en varias ocasiones y transmitir para sudamérica por TyC Sports las ediciones de 1998 junto a Christian González Rouco, ganó Edie Cheever, la de 1999 junto a Marcelo Rondina ganada por Kenny Brack, la de 2001 junto a Sergio Tenaglia con debut y triunfo de Helio Castroneves.
También para Carburando pero ya como cronista y espectador la carrera n° 100 que ganó Alexander Rossi. Un espectáculo único, fantástico lleno de color, prolijidad, orden y prestigio.
Y una vez más la carrera no defraudó con 200 vueltas increíbles, sin saber quién tendría el honor de festejar con la botella de leche en el podio.
Y vaya coincidencia otro australiano, Will Power, ganó de manera impecable corriendo con inteligencia y festejando por primera vez en 500 millas. Una nueva victoria para el emblemático Roger Penske acostumbrado a las mieles del éxito en esta tierras.
Y en medio de esta apasionante carrera fui mechando con el TC que corría en Concordia.
Arrancó con un gran susto que por suerte quedó solo en eso para Matías Rossi. Un error del joven Valentín Aguirre lo cruzó y Lionel Ugalme lo embocó.
Aguirre pagó su falla con la exclusión y el marplatense, cuestionado injustamente por algunos pilotos y colegas, no pudo hacer demasiado ya que le quedó regalado el Ford n° 15 frente suyo. La carrera después fue como siempre. El que pica en punta en la final difícilmente se le escape el triunfo formando un trencito que recorre la totalidad de vueltas que demandan la carrera, a no ser que alguno se le salga la chaveta o se le rompa el auto.
Así Mariano Werner volvió a poner en lo más alto a un Ford cortando una larga sequía y utilizando un estilo conductivo, que le da resultado en las largadas y relanzamientos, arriesgando más de la cuenta y generando mucha antipatía e sus rivales.
Así fue un domingo a pleno de automovilismo para quién no ha tenido actividad laboral y que disfruta de un deporte que para algunos está en decadencia pero para muchos sigue siendo fantástico.
Un automovilismo real, con vértigo, adrenalina y peligro. Ese automovilismo que con solo arrimarse a la alambrada, o sentarse frente a la TV genera cosquillas en el abdomen y nos acelera. Ah yo me quedé con las 500 millas, por lejos fue lo mejor del fin de semana.